Para el sociólogo de la U. Central, Rodrigo Larraín, las protestas y manifestaciones violentas al interior y exterior de liceos emblemáticos que no cesan, se debe a ese contexto, sumado a que “las normas no están operando, que la gente no quiere cumplirlas, y nadie se atreve a imponerlas”.
En el último tiempo las manifestaciones al interior y sobre todo exterior de liceos emblemáticos con violencia y enfrentamiento con la fuerza policial han ido en aumento. Según datos que entregó Carabineros a El Mercurio, en promedio, al menos tres eventos de violencia están ocurriendo cada semana en ese contexto, lo que implicaría el uso de unas 115 horas hombre cada día. Durante la semana pasada se registró el uso de 75 bombas molotov en contra de carabineros, en distintos enfrentamientos que se produjeron en inmediaciones de liceos.
En varios de los hechos ocurridos existen delitos que están siendo investigados por las policías y el Ministerio Público, ya que se trata de acciones reiteradas en las cuales existe daño a la infraestructura pública, alteración del normal funcionamiento de la ciudad, y ataque a la autoridad. Pero ¿qué lleva a los estudiantes a generar este tipo de acciones en las cuales no se ven petitorios claros o avances en alguna negociación?
Para el académico de la carrera de sociología de la U. Central, Rodrigo Larraín, dichas conductas tienen una explicación clara y no tan compleja desde el punto de vista de su área de estudio. “Hay un contexto de anomia, donde las normas no están operando, la gente no quiere cumplirlas y nadie se atreve a imponerlas. Esto sucede porque existe un contexto en que la autoridad no está validada entonces la gente reclama en contra de los parlamentarios y políticos en general, contra el gobierno, los directores de los colegios, los padres etc. Es un contexto anómico donde aparecen conductas desviadas de personas que van en contra de las normas que habitualmente nosotros aceptamos”, explicó.
Larraín añade que no es solo los reglamentos o códigos, sino aquellas normas que comúnmente eran aceptadas, como por ejemplo, el querer y cuidar el colegio, respetar a los profesores, “eso hoy dejó de tener valor, entonces aparece al destrucción como una conducta posible, porque en todos los movimientos conflictivos la destrucción, el fuego por eso en algunos lugares incendian los establecimientos, tiene un sentido de cambio total, de renovación, es como simbólico, vamos a purificarlo todo y construir de nuevo, porque también hay aires refundacionales”, sostiene.
El académico profundiza en que estas situaciones y respuestas no son nuevas, y se suelen dar cuando “las elites no responden a las demandas sociales”. Añade que “no son casos aislados, siempre ha habido reventones, solo que anteriormente la respuesta ha sido más la represión que la negociación”.
No obstante, advierte que si bien “la crisis de los colegios públicos es resultado de la acción de los estudiantes y la violencia que legitiman el desprestigio de su propio colegio, es sobre todo de un proceso histórico de demolerlos literalmente”.